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Una obra maestra del cine francés

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El cine de Francia resurge con fuerza gracias a una película que integra emoción, comedia y reflexión, desmarcándose de los clichés habituales. «En lo más alto», dirigida por Emmanuel Courcol, es un tributo al cine comercial, resaltando su habilidad para unir a las personas mediante relatos humanos y universales.

La historia sigue a dos hermanos que fueron separados al nacer y que, debido a un giro del destino, vuelven a encontrarse en un momento significativo. Uno ha alcanzado el éxito como un director de orquesta de fama mundial, mientras que el otro lleva una existencia modesta tocando el trombón en la banda de un pequeño pueblo trabajador en el norte de Francia. Además, este último trabaja en la cocina de una escuela. El lazo entre ellos se renueva cuando el hermano músico, aquejado por una enfermedad grave, requiere un trasplante de médula. Lo que podría parecer un melodrama esperado se transforma, gracias a la dirección magistral y sensible de Courcol, en una narración cargada de ternura, humor y verdad.

La película narra la historia de dos hermanos separados al nacer que, por circunstancias de la vida, se reencuentran en un momento crucial. Uno de ellos ha alcanzado la gloria como director de orquesta de renombre internacional, mientras que el otro lleva una vida humilde tocando el trombón en una banda de música de un pequeño pueblo obrero del norte de Francia. Este último, además, trabaja en un comedor escolar. El vínculo entre ambos se restablece cuando el hermano músico, afectado por una grave enfermedad, necesita un trasplante de médula. Lo que podría parecer un melodrama predecible se convierte, bajo el manejo hábil y delicado de Courcol, en una historia llena de ternura, humor y autenticidad.

El encanto de esta película reside en su habilidad para hacer que el espectador se sienta parte de la historia, en lugar de ser solo un observador distante. Esto se consigue debido a un guion que destaca los matices humanos y a las excelentes actuaciones de Benjamin Lavernhe y Pierre Lottin. Ambos intérpretes logran comunicar con profundidad las emociones de sus personajes, estableciendo una conexión auténtica con el público.

La magia de esta película radica en su capacidad para involucrar al espectador no solo como un observador pasivo, sino como alguien que se siente parte de la historia. Esto se logra gracias a un guion que resalta los matices humanos y a las interpretaciones brillantes de Benjamin Lavernhe y Pierre Lottin. Ambos actores logran transmitir con profundidad las emociones de sus personajes, creando una conexión genuina con el público.

Uno de los aspectos más destacados de la película es su capacidad para tratar temas universales, como la familia, la solidaridad y la importancia de los lazos humanos, desde una perspectiva accesible y cercana. En lugar de recurrir a artificios o pretensiones, la historia se cuenta con una honestidad que la hace profundamente conmovedora. Courcol, conocido por su aversión a los convencionalismos de las élites, reafirma su compromiso con un cine que celebra la igualdad y la humanidad compartida.

«Por todo lo alto» se presenta como un ejemplo ideal de cine popular en su máxima expresión. En lugar de emplear fórmulas huecas o clichés triviales, la película encuentra su fortaleza en la autenticidad de sus personajes y en el enfoque de sus temas universales. Con un estilo que evoca a veces al cine británico de clase trabajadora, similar a «Billy Elliot», Courcol elabora una narrativa que navega con elegancia por los temas del melodrama, evitando excesos y sentimentalismos inapropiados.

«Por todo lo alto» se sitúa como un ejemplo perfecto de cine popular en el mejor de los sentidos. Lejos de recurrir a fórmulas vacías o clichés superficiales, la película encuentra su fortaleza en la autenticidad de sus personajes y en la manera en que aborda temas universales. Con un estilo que recuerda por momentos al cine británico de clase obrera, como el de «Billy Elliot», Courcol construye una narrativa que transita con elegancia por los tópicos del melodrama, sin caer en exageraciones ni sentimentalismos fuera de lugar.

La película culmina con una escena final que es, en sí misma, una celebración de la comunidad y el arte. La interpretación del «Bolero de Ravel» a cargo de un coro improvisado simboliza perfectamente el espíritu de la película: un canto a lo colectivo, a lo humano y a lo compartido.

Por Otilia Adame Luevano

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